La naturaleza nunca deja de sorprender, incluso donde menos lo esperamos. En una cueva del Caribe, los científicos han hecho un descubrimiento tan improbable como inédito. Una primicia mundial, enterrada desde hace decenas de miles de años.
Esta historia comienza en una vasta red de cuevas calcáreas de la isla La Española, cuyo suelo está plagado de dolinas capaces de atrapar fauna desde hace milenios. Estas trampas naturales han proporcionado a los investigadores una impresionante colección de fósiles que datan del final del Cuaternario: roedores raros, perezosos, monos, tortugas, cocodrilos, pero también numerosas especies nuevas para la ciencia (aves, mamíferos y lagartos).
Al estudiar antiguas bolas de vómito de búhos, ricas en huesos de sus presas, los investigadores notaron algo extraño. Algunas mandíbulas fosilizadas presentaban cavidades dentales rellenas de estructuras inusuales. Si bien la ausencia de dientes no es nada anormal en los roedores, cuyos incisivos se caen tras la descomposición, su sustitución por estos «tapones» de sedimentos, en cambio, intrigó a los científicos.

En esta reconstrucción, las abejas utilizan las cavidades dentales de los fósiles como lugares de anidación, un refugio natural que protege a sus larvas de los depredadores. © Jorge Machuky
Cavidades dentales transformadas en guarderías
Los análisis con escáner revelaron que estas protuberancias eran en realidad nidos de barro, similares a los que construyen hoy en día algunas abejas solitarias. Algunas cavidades incluso contenían granos de polen, reservados para alimentar a las larvas. Si bien se sabe que estas abejas anidan en agujeros de madera, en el suelo o en conchas de caracol, es la primera vez que se observa este comportamiento en cavidades dentales fosilizadas.
Las abejas responsables han sido identificadas como Osnidum almontei, una especie bautizada en honor a Juan Almonte Milan, el científico que descubrió la cueva. Las condiciones subterráneas no permitieron la conservación de los insectos, y no se sabe con certeza si esta especie sigue existiendo en la actualidad.

Para los investigadores, este descubrimiento recuerda lo mucho que el examen de los fósiles requiere prudencia y atención. Detrás de un simple montículo de barro puede esconderse el rastro de un comportamiento nunca antes observado. El estudio, publicado en Proceedings of the Royal Society B, abre la puerta a otras sorpresas, ya que aún quedan por identificar miles de fósiles de esta cueva.
