¿Qué comportamientos reflejan una inteligencia relacional elevada? Respuestas y consejos con Pierre Cauvin, coach y autor de L’Intelligence de soi… et de l’autre (La inteligencia de uno mismo… y del otro).
Se ha convertido en una disciplina, una casilla que marcar en un currículum, una herramienta que, especialmente en el mundo laboral, puede rozar la manipulación. Pero en su origen, y en nuestra vida cotidiana, «es simplemente la capacidad de comunicarse, de relacionarse con otra persona siendo capaz de adoptar su punto de vista», resume Pierre Cauvin, coach y autor junto con Geneviève Cailloux de L’Intelligence de soi… et de l’autre.
Esto no significa estar de acuerdo, sino ser capaz de comprenderlo, de ponerse en su lugar. La inteligencia relacional es a la vez una capacidad de empatía y de distancia. Requiere estar con uno mismo y con el otro al mismo tiempo. Y, por lo tanto, se basa, ante todo, en la inteligencia de uno mismo. »
1. Sea claro consigo mismo
La comprensión del otro, en su alteridad, comienza por el conocimiento de sus filtros personales, sus propias claves de funcionamiento. Sin ello, el mecanismo de la proyección sigue funcionando. El enfoque tipológico, inspirado en la práctica junguiana, puede ser una herramienta excelente. Permite tomar conciencia de las diferentes voces que hablan dentro de cada uno, identificar sus partes de sombra y de luz, lo que nos hace más abiertos y tolerantes con los demás, de los que aprendemos a detectar las similitudes y a aceptar mejor las diferencias.
Pruebe este ejercicio práctico: ante una decisión difícil, dé la palabra a cada una de sus «subpersonalidades» para que defiendan los pros y los contras, cambiando de lugar, físicamente, cada vez. De este modo, medirá su biodiversidad interior y explorará percepciones, sentimientos y reacciones que comparte con los demás. Este esfuerzo por comprender los mecanismos de la psique permite estar menos sorprendido o asustado por «el otro» y entablar relaciones más fácilmente.
2. Saber escuchar
Especialmente cuando hay divergencia de opiniones, puede resultar difícil escuchar lo que el otro tiene que decir. Para desarrollar su capacidad de escucha, practique reformular. Regla del juego: deje que su interlocutor se exprese y luego repita lo que acaba de decir, sin juzgar, intentando realmente ponerse en su lugar.
Esto no significa en absoluto que estés de acuerdo, sino que eres capaz de comprender y, sobre todo, de escuchar y tener en cuenta al otro en toda su complejidad. Si reformulas de forma sincera y honesta las palabras de alguien con quien estás en conflicto, es posible que la mitad de los problemas desaparezcan. Simplemente porque os habéis comprendido.

3. Estás abierto a la cultura
Como lector o espectador (también puedes practicar el teatro), multiplicas las oportunidades de encuentro: descubres personalidades, emociones y reacciones diferentes. Te pones en la piel de los malos y de los buenos, sin juzgarlos. Intentas comprender a los personajes, incluso a los más alejados de tu naturaleza.
Es un buen entrenamiento para descentrarse y desarrollar su conocimiento de los meandros del alma humana, sobre todo si no le apetece practicar el ejercicio con sus compañeros de trabajo o con su vecino de rellano.
4. Identifique sus enemistades
Un buen ejercicio para mejorar sus relaciones consiste en observar a las personas que le irritan de forma visceral. ¿Por qué le resultan insoportables?
A menudo, al igual que aquellos a quienes admiras profundamente, son personas que hacen bien o con facilidad algo que a ti te resulta difícil. ¿Qué tienen ellos que tú crees que no tienes? ¿A qué fragilidades, a qué deficiencias personales te remiten? «Si el paisaje te parece feo, tal vez sea tu ojo el que es malo», decía Prévert.
Cuando identificas lo que ocurre en tu interior, el otro, a menudo utilizado como espejo de tus propios estados internos, resulta de repente mucho menos irritante. Otro ejercicio: la tercera persona desagradable con la que te cruces por la mañana, pregúntate si todas esas personas son tan odiosas o si no estás proyectando en ellas tu cansancio, tu irritación… Eso también es «inteligencia humana».
5. No quieres cambiar a tu entorno
Esto forma parte de las bases de la inteligencia relacional. Los demás no están ahí para satisfacer tus expectativas, y viceversa. Pero si no estás satisfecho, siempre puedes cambiar algo en la relación, modificando tu propio comportamiento.
Aunque sea torpe, modificar tu parte de la interacción acabará modificando algo en la otra persona.

6. No finges
Ser fiel a ti mismo, a lo que haces y a lo que sientes, facilita la comunicación. No se trata de exponer o explicar sistemáticamente tus sentimientos, sino al menos de ser consciente de ellos. Sin esta sinceridad (con uno mismo), la relación no es posible. Fingir o exagerar el interés por los demás, la escucha, la benevolencia, no funciona. Son técnicas comerciales o políticas.
Lo que cuenta es la energía que se transmite, la congruencia entre lo que dices y lo que eres. ¿Realmente lo crees? ¿Es importante? Lo que expresan tu mirada, el tono y el ritmo de tu voz dicen más a tu interlocutor que tus frases. Siempre creerá más en lo no verbal que en las palabras y captará la más mínima discordancia. No hay que subestimarlo.
7. Aceptas no tener razón
Este es uno de los grandes principios para comunicarse de verdad. Terriblemente difícil, pero infinitamente enriquecedor. ¿Y si, al comprender al otro, pensara «tiene (en parte) razón»? ¿Y si el otro le cambiara?
Quizás, como muchos, tenga una gran resistencia a esta idea, pero esa es la fuerza de la inteligencia relacional: darse cuenta no solo de que el otro no es una amenaza, sino que incluso puede convertirse en una oportunidad de evolución, de desarrollo.
